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¿Por qué los videojuegos retro valen más que el oro? El coleccionismo de películas físicas conquista el futuro
Estamos en 2025, en una habitación sin Wi-Fi, rodeado de cartuchos, mandos con cables enredados y carátulas de plástico crujiente que huelen a tiempo detenido. El coleccionismo de videojuegos y películas físicas no solo sobrevive a la era digital, sino que crece con fuerza imprevisible. 📼🕹️
Origen: E-commerce, blockchain drive collectibles growth – IT-Online
El polvo ya no es enemigo del jugador, sino una medalla de honor. Porque ahí, entre consolas olvidadas y DVDs sin código QR, vive un mundo que se resiste a evaporarse en la nube. Lo físico se convierte en trinchera frente a lo efímero. El auge del coleccionismo retro no es una moda: es una forma de estar en el mundo. Y no exagero si digo que ya no se trata solo de jugar o mirar películas, sino de poseer un pedazo de historia. Literal.
La fiebre del cartucho sagrado
Todo empieza como empiezan los grandes amores: por casualidad. Una caja en el desván, un mercadillo, una visita fugaz a casa de los padres. El contacto con lo antiguo no solo remueve recuerdos, sino que activa una mecánica secreta del alma: el deseo de recuperar lo que el tiempo borró. Y cuando uno se da cuenta, ya ha gastado el sueldo del mes en una copia original de Chrono Trigger o en ese Blu-Ray de Blade Runner que solo salió en una edición limitada japonesa.
Lo asombroso es que no estamos hablando de caprichos personales. El mercado lo respalda con cifras que dan vértigo: en 2020 el mercado de coleccionables ya rozaba los 372.000 millones de dólares y, si nada lo detiene, se espera que roce los 522.000 millones para 2028. ¿Qué otra cosa crece con semejante apetito? Ni el precio del café.
Y luego está la pandemia, claro. Ese encierro global que nos hizo mirar hacia dentro… y hacia atrás. Con las tiendas cerradas y el mundo suspendido en el limbo del streaming, miles de personas buscaron consuelo en su infancia. Y allí, entre las cajas olvidadas, volvieron a encontrar los cartuchos, los mandos y las carátulas que les devolvían el control de algo, aunque fuera un mando de Super Nintendo.
“La nostalgia es el carburante más caro del mercado”, me dijo una vez un coleccionista de Zaragoza mientras me enseñaba su Metroid Prime sin abrir. Y tenía razón. Porque esos recuerdos se pagan a precio de oro.
El retro ya no es cosa de frikis
Quien piense que esto sigue siendo un pasatiempo de nerds encerrados en el sótano, va tarde. Muy tarde. El coleccionismo de videojuegos retro y películas físicas es ahora un fenómeno de masas. Se celebran ferias como Retro Con en Filadelfia o el Totally Rad Vintage Fest en Las Vegas, donde miles de personas se congregan para intercambiar, comprar o simplemente contemplar objetos que parecen salidos de una cápsula del tiempo.
En Europa, el fenómeno no se queda atrás. Reino Unido presume de eventos como la Super Retro Games Fair o la mítica Collectorabilia, donde hasta los más escépticos caen en la trampa del recuerdo. En estos templos del pasado, uno puede ver a padres enseñando a sus hijos a soplar cartuchos, a abuelas preguntando por “aquella película del vaquero que hablaba poco” y a adolescentes comprando Final Fantasy VII como quien adquiere un tesoro de otro mundo.
«No son cosas viejas. Son cápsulas de emoción pura», me dijo un vendedor británico mientras envolvía una edición en VHS de The Goonies. Y tenía razón. Porque estos objetos no envejecen: maduran, como los buenos vinos.
El precio de la nostalgia
Desde que empezó el encierro mundial, los precios de los videojuegos retro han subido un 42%. Algunos casos rozan lo absurdo: Paper Mario: The Thousand-Year Door duplicó su precio en apenas cuatro meses. Earthbound, ese RPG casi místico, se disparó de los 167,36 USD a los 286,13 USD como si de un activo bursátil se tratara. Consolas como la Nintendo 64 pasaron de olvidadas a veneradas, y su precio lo refleja: más del doble en un abrir y cerrar de eBay.
En un mundo donde todo es digital, intangible, momentáneo, la materia gana peso emocional y financiero. Porque lo que se puede tocar, se puede amar… y vender. Algunos incluso han visto en este fenómeno una alternativa a los mercados tradicionales. Si las criptomonedas pueden subir y bajar con un tuit, al menos un cartucho de Pokémon Edición Cristal siempre será un cartucho de Pokémon Edición Cristal.
Hay quien compra porque lo quiere todo, otros porque quieren revivir su infancia. Pero también están los que invierten. Con cabeza. Con Excel. Con lupa. Buscando rarezas, ediciones japonesas, errores de impresión. Y sí, claro, con blockchain de por medio para certificar originalidad y valor. Porque el futuro también se cuela en lo retro.
“Esto no es un juego. Es arqueología emocional”
“Un disco Blu-Ray es el vinilo de los cinéfilos”. Es una frase que oí en un foro de coleccionistas y se me quedó grabada. Porque tiene toda la verdad del mundo. Las películas físicas también viven su propia resurrección. Los que en su día despreciaban el DVD por aparatoso y limitado, ahora lo veneran por lo mismo: por tener límites. Por ser finito. Por no depender de si Netflix la borra mañana.
Y es que muchas joyas del cine han desaparecido de los catálogos digitales. Ediciones limitadas, extras, doblajes perdidos, escenas censuradas… Todo eso vive en los discos que guardan polvo en las estanterías, no en la nube. Allí no se borra nada porque no hay botones de “actualizar”.
Coleccionar películas hoy es casi un acto de resistencia. Una afirmación. Una forma de decir: yo decido lo que veo, cuándo lo veo y en qué idioma. Lo mismo que coleccionar videojuegos. Porque no se trata solo de jugar, sino de tener. De preservar. De saber que si mañana apagan los servidores, uno aún puede conectar la GameCube y seguir siendo dueño de su infancia.
Humanismo en 8 bits
Quien diga que esto es solo nostalgia, se equivoca. Lo que se está construyendo es una cultura alternativa de la permanencia. Frente al flujo continuo del “streaming sin fin”, esta gente apuesta por la pausa, la colección, el objeto amado. “El alma necesita estanterías”, decía mi abuelo, y creo que nunca fue tan cierto.
También hay un componente profundamente humano. Estos objetos unen a personas que no se conocen, pero comparten códigos invisibles: la intro de Metal Gear Solid, el sonido de un cartucho al entrar, el olor a manual nuevo. Porque sí, los manuales también olían. Y cada página era una promesa de aventura.
Mientras todo el mundo corre hacia adelante, hay quienes caminan hacia atrás con la misma pasión. Y lo hacen con estilo: camisetas de los 90, gafas de pasta, mochilas del Club Nintendo. No es ironía, es amor. Y el amor por lo retro no necesita explicación. Solo necesita espacio en la estantería.
“Quien guarda, encuentra. Y quien colecciona, revive”
“Un cartucho no envejece, solo acumula historias”
“No es un capricho. Es una forma de mirar el mundo”
“Un objeto no vale por lo que cuesta, sino por lo que recuerda” (Anónimo)
“Recuerda que los videojuegos no son una evasión, son un espejo” (Hideo Kojima)
El coleccionismo físico también tiene futuro
Por extraño que parezca, el futuro del entretenimiento no está solo en el streaming ni en los servidores en la nube. Está en la mano, en la caja, en la carátula que uno puede oler y tocar. El coleccionismo de videojuegos y películas físicas no es un escape al pasado, sino una defensa del presente. Una forma de darle peso al tiempo, forma al recuerdo y sentido a lo que poseemos.
¿Volverán las grandes compañías a apostar por formatos físicos? ¿O quedará todo en manos de nostálgicos y cazadores de rarezas? Tal vez lo más inquietante no sea el precio de un cartucho, sino la idea de que un día, sin darnos cuenta, todo aquello que fue tangible deje de existir.
Y tú, ¿qué prefieres? ¿Tocar tu infancia o dejar que se evapore en el scroll infinito?