RETRO CLASSICS Stuttgart revive la pasión que el futuro no entiende

¿Por qué la RETRO CLASSICS 2025 es más emocionante que nunca? RETRO CLASSICS Stuttgart revive la pasión que el futuro no entiende.

Estamos en 2025, en Stuttgart, y la Retro Classics vuelve a latir con la fuerza de un motor de doce cilindros. Es febrero, pero el aire huele a gasolina vieja, a cuero bien envejecido, a pintura metalizada que ha sobrevivido a los años. No es nostalgia, es algo más físico, más directo. Es un golpe de adrenalina envuelto en cromo. Retro Classics, el santuario del automóvil clásico, ha vuelto con más brillo que nunca.

Aquí no se trata solo de ver coches bonitos. Se trata de sumergirse en un mundo donde cada tornillo tiene una historia, donde cada abolladura tiene nombre y apellido. Y aunque los años pasan y la tecnología avanza con la arrogancia de lo nuevo, hay algo en estas carrocerías antiguas que el futuro no puede tocar. Es amor. Y no, no es una palabra vacía.

«La emoción de un motor arrancando vale más que mil discursos de innovación.»

Desde que cruzo las puertas del recinto ferial, me siento como un niño en una juguetería. El sonido de una trompeta italiana de los años sesenta. El reflejo de un Mercedes 220 SE perfectamente restaurado. La sombra de un Porsche 959 deslizándose como un recuerdo imposible. Todo está aquí. Todo lo que importa.

Artur Piskönik, por ejemplo, no vino a vender coches. Vino a vender sueños con forma de estaciones de servicio antiguas. Las reconstruye, las restaura, las decora como si fueran capillas mecánicas. Me cuenta que esto empezó con la insatisfacción laboral. «Hacía falta algo de verdad», dice. Y lo encontró en las viejas gasolineras alemanas, las que huelen a aceite y a tiempo detenido.

Uno puede pedirle una para el salón de casa, para un museo privado o para un garaje donde duerme un 300 SL Gullwing. No hay límites cuando el objeto tiene alma.

El alma de la RETRO CLASSICS está en sus detalles

En un rincón, Markus Neser, un tipo que mezcla seguros con pasión automovilística, me ofrece café mientras me muestra un Pontón Cabrio azul marino con interiores beige. Me habla del coche como se habla de una amante: con respeto, con deseo, con orgullo. A su lado, un SLR McLaren con 625 caballos me observa como un depredador enjaulado. Pero lo que más me impacta no es su potencia, sino el silencio que provoca: ese respeto contenido que nace cuando uno está ante una leyenda.

Y entre leyendas, aparecen los tractores Porsche. No, no es una broma. Es Stuttgart. Aquí, hasta los tractores tienen estilo. Su diseño redondeado, esa forma casi orgánica, parecen salidos de una película de ciencia ficción rodada en el campo. La gente los acaricia como si fueran mascotas. En el fondo, lo son.

«No hay máquina inútil si ha hecho soñar a alguien alguna vez.»

Sven Bösso, director del Hans Peter Porsche Traumwerk, me muestra su joya del día: un 935 basado en el mítico Moby Dick. Siete cientos caballos de pura furia sin matrícula. Un animal de circuito con un rugido que podría asustar a la propia historia. Sven me lo presenta con la naturalidad de quien enseña su coche familiar, pero sus ojos brillan como si tuviera diez años.

En otro pabellón, Ralf Reller despliega un ejército de Mercedes en colores imposibles. Rojo cereza, gris humo, verde oliva, interior cognac, cuero que parece piel humana de lo suave que es. Sus coches no están en venta. Están en exposición. No busca clientes, busca conversos. Quiere que sientas, que recuerdes, que desees.

Cuando restaurar no es arreglar, es resucitar

Me encuentro con Christoph Schlagenhauf, restaurador de Porsches auténticos, con la autoridad de quien conoce hasta el último tornillo. Le menciono una mancha de óxido típica en ciertas puertas de Porsche. Sonríe. Me cuenta de dónde viene, por qué está ahí, cómo evitarla. Me siento ignorante y feliz a la vez. Luego me enseña un RS de los 70 con los logos pintados a mano, sin vinilos. Capa sobre capa, sin barniz. “Así se hacía antes”, me dice, “cuando la pintura también tenía carácter”.

Nos reímos de los colores de los setenta, de los interiores amarillos, de los volantes de madera con aroma a cigarro inglés. Pero ninguno de nosotros cambiaría ni un detalle. Porque ahí está la verdad.

“La belleza no se mide en caballos. Se mide en recuerdos.”

Al fondo, en una especie de altar mecánico, un Porsche LMP 2000 sin matrícula ni piedad descansa como un monstruo dormido. Fue creado en 1998 y ocultado del mundo hasta hoy. Nadie se atreve a tocarlo. Es un secreto a voces. Un coche que nació para ganar pero nunca corrió. ¿No es esa la definición perfecta de un mito?

Y mientras camino, me doy cuenta de algo. Este lugar no es una feria, ni una exposición. Es un templo. Y la Retro Classics es su liturgia anual. Aquí no se viene a comprar. Se viene a creer. A recuperar la fe en la ingeniería, en la estética, en el espíritu de una época que, aunque haya quedado atrás, sigue rugiendo bajo nuestros pies.

El futuro es un niño que descubre un coche con puertas de ala

Veo niños correr entre los stands. Padres explicando con paciencia qué es un carburador, qué hace un diferencial, por qué ese coche rojo se llama Ferrari aunque no parezca rápido. Y ellos escuchan. Con atención. Con esa curiosidad feroz que solo tienen los que aún no lo han visto todo.

El futuro, pienso, no está en los algoritmos ni en la conducción autónoma. El futuro está en ese crío que pregunta por qué los coches de antes eran tan bonitos. Y la Retro Classics es el lugar donde empieza a entenderlo.

“Todo coche clásico es una lección de amor y paciencia.”

No todo es perfecto, claro. Algunos expositores echan de menos los tiempos anteriores a la pandemia, cuando las ferias eran más multitudinarias y menos calculadas. Pero la pasión ha sobrevivido. Y eso es todo lo que importa.


“Lo mejor de un clásico no es su valor. Es que sigue aquí.”

Los clubes Porsche, BMW, Mercedes… todos se han dado cita. Se saludan como viejos amigos que han sobrevivido a una tormenta. Porque en parte lo han hecho. La pandemia fue un golpe. Pero esta feria lo demuestra: la pasión, si es de verdad, no se desgasta.

Yo también me despido. Con los pies doloridos, con la cámara llena de fotos, con el corazón agitado. ¿Volveré? ¿Lo dudas?


¿Y tú? ¿Te atreves a descubrir qué te está diciendo ese coche antiguo que te mira desde el fondo del garaje? ¿O prefieres seguir fingiendo que el progreso lo explica todo?

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